viernes, 11 de febrero de 2011

La gema del minero


I


Cuentan las antiguas tradiciones de los alquimistas que Paracelso, uno de sus más grandes exponentes (reales), demostró desde niño una fascinacion por la naturaleza de la fragilidad humana que lo impulsasría a descubrir los cimientos de la medicina moderna (con el perdón de los homeópatas). En su niñez, cuando aun se le conocía como Theoprhastus von Hohenheim, iba con frecuencia a las minas de carbón que en el que su padre fungía de médico. Estas minas eran famosas por sus mineros, que al estar tanto tiempo dentro de los socavones respirando el polvo del mineral, terminaban por escupir alquitrán.


Pero mientras los demás reian a costa de las condiciones paupérrimas de los trabajadores, nuestro joven e inquieto personaje analizaba cuidadosamente lo que veía. Imagínense pues, semejante escenario: Un pequeño y castaño petizo mirando con ojos casi lagrimógenos a los espectros humanos que salian de las cuencas de la Tierra, como si el mismo Hades hubiese destrabado las fosas del Averno. Un minero en particular le llamo la atencion, pues en el momento en el que lo miró empezo a convulsionar, derramando una especie de brea de su boca. Tal impactante escena marcaría el comienzo de toda una vida dedicada al divino arte de la medicina.


Asi pues, en esa epoca en la que solo los ricos sabian leer y escribir y se jactaban de nunca haberlo practicado, Paracelos decidió hunidrse de lleno al estudio del cuerpo humano.


Dicen las tradiciones, las cuales llamo traidciones pues bien podrían ser chismes de comadres o inventos de bebida, que el joven von Hohenheim experimentó unas náuseas terribles al ver el estado en el que se encontraba el estudio del cuerpo humano en su época. Una mezcla de herbolaria, peletería y mucho de carnicería comprendian los conociminetos (casi dogmas) que se aplicaban a la curacion de las dolencias cotidianas.


A pesar de las obvias limitaciones de la época, el precoz niño comenzó la ardua labor de separar la experimentación seria de los prejuicios y la charlatanería. Abandonó rapidamente su inocencia para cambiarla por la pérdida de los prejuicios, empatizando y comprendiedo cualquier tipo de fuente de información que encontraba. Los secretos del mundo y lo que lo componen empezaban a baliar en los ojos del joven Teoprhasto.


II


Es curioso como los predestinados a la grandeza suele experimentar un instinto de alejarse de todo lo que conocen e internarse al desierto más cercano. Las grandes figuras de la historia optaron por vagar por el mundo, recolectando todo el conocimiento que pdoian, extrayéndolo de cualquier maestro, para al fin alzarse como los Mesias de la humanidad. Siguiendo este patrón, Paracelso vagó por toda Europa, visitando a las grandes mentes que se dedicaban a estudiar la naturaleza del ser humano. Desde obispos católicos, abates, faquires, masones y nigromantes, no dejaba un lugar sin haber dado testimonio de su mente preclara e inteligencia sin igual.


Lastimosamente, a la par que su fama crecia, la envidia le seguia los pasos, alimentándose del rencor y la ponzoña que segregaban los corazones viperinos de los médicos a los que dejaba en ridículo junto con sus medievales creencias. Fueron estos vejestorios los que propagaron toda clase de rumores, razon por la cual lo que conocemos de la vida de Paracelso está como el oro encasullado, mezclada la verdad con los hechos sobrenaturales.


Se decia que habia pactado con el Diablo (acusacion muy comun para los revolucionarios de cada generación), que habia aprendido el arte de la generación espontánea, que podia crear vida y hasta carne humana. Algunos incluso se aventurabana decir que poseía la Divina Panacea, el purificador máximo, capaz de curar cualquier enfermedad y de purificar cualquier metal para convertirlo en oro. Todos estos rumores eran fruto de la ignorancia con la cual muchos autodenominados eruditos leian sus escritos, la mayoria de ellos no iniciados en la cábala. Él mismo acusaba a sus detractores y colegas de estar impulsados por la codicia malsana, y que de existir semejante artefacto, no debería ser un fin sino solo un meido para alcanzar un estado superior de iluminación El estilo de vida enigmático unido a su capacidad casi divina de sanar cualquier mal solo lograron crearle un aura de ente sobrenatural, haciendo que su leyenda traspase fronteras y que inclusive nadie se atreviese a condenarlo ni arrestarlo.


III


Es en este momento en el que el ya bastante crecido Paracelso regresa a las minas donde su padre le dio su primera clase sobre el dolor ajeno. Los mineros seguían saliendo maltrechos y casi pálidos, haciendo que el polvo negruzco que los cubría resaltase sobre la marchita piel de los trabajadores. Pero él ya habia descrifrado la razon de sus males, razon que aun no entendian ni los más grandes escolásticos de la época. Era el mismo polvo de carbón que respiraban constantemente el que se almacenaba en los pulmones de los obreros, al grado que el carbón terminaba por sedimentárseles dentro de sus bronquios.


Se acercó rapidamente a uno de ellos, uno de aspecto particularmente joven, que daba la sensación de que en cualquier momento se desplomaría en el piso para resquebrajarse como el cristal. Rapidamente saco un frasco que contenía un líquido de un rojo carmesí casi antinatural, de un rojo tan vivo que parecia que aun palpitaba dentro del frasco, como si contuviese la memoria de seguir bombeando en el corazon de algún gigante. Y, sin titubear, tomó al joven por la espalda, enderezó su cuello, y vertió el contenido del frasco en su garganta.


Casi de manera instantánea los mineros que pasaban por ahí cercaron tan singular escena: Un forastero de rostro noble se erguía frente a uno de sus colegas caido en el piso y dando violentos estertores. Habrian saltado sobre él, de no ser por un solo minero que reconoció en aque rostro castaño y de ojos grandes aquel niño que se compadecía de su dolor hace ya tanto tiempo. En ese momento en el que el minero logró apaciguar a sus cmpañeros, en el que los estertores para´n, y el joven enfermo se levanto aun tambaleante. Una vez de pie, el joven escupió una piedra de considerable tamaño de su boca. La piedra que cayó en el suelo hubiera pasado por carbón comun, de no ser por las inscrustaciones rojizas que salpicaban su superficie.


En ese momento, cuando el joven abrio la boca para exclamar, paró repentinamente al sentir por primera vez desde su nacimineto una gran y suave bocanada de aire puro como si hubiera sido exalada por ángeles. El alarido de felicidad frenó a todos los trabajadores que se habian congregado a presenciar semejante milagro. Paracelso reconoció al viejo minero, se acercó a saludarlo y le entregó un matraz leno del mismo liquido carmesí. “No les des más de 3 gotas a cada uno”, le dijo. “O terminarán por vaciar las vísceras”.


Cuentas las antiguas tradiciones, pues hasta aqui ha de llegar mi conocimiento sobre los hechos, que el viejo minero preguntó: “¿Como podremos pagarle?”. Von Hohenheim se acercó a la piedra de carbón que habia saldio de las entrañas del joven, la recogió, la guardo en un bolso de seda que tenia en el cinturon y miró largamente al minero, como si toda una vida hubiera sido un precio demasaido barato para pagar este momento, y respondió, agintado la bolsa...


“Ya lo habeis hecho”.

1 comentario:

  1. Woooooodades, la verdad se nota la falta de practica con la fluidez pero para ser sincero eso lo acerca mas a los esquemas de los cuentos antiguos (porque te recuerdo que esas personas tampoco eran muy buenas escribiendo) sin embargo es posible que solo quienes hemos leido libros viejos entendamos eso, ademas de las referencias alquimicas y demas informacion que bien sabes no esta muy difundida entre los comunes, fuera de eso el relato es bueno, el final que muestra una causa etica dentro del conocimiento y sus derivaciones, eso ayuda a poner la jistoria en perspectiva, el inicio con la presentacion y la insinuacion de un final mostrando a un hombre con capacidades asientan bien la historia, esto esta bien hecho

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