miércoles, 1 de septiembre de 2010

Kokura y las nubes

Muchas veces uno no se da cuenta de la importancia de las banalidades. Algo tan simple como unas nubes en el cielo... Sin embargo los habitantes de la ciudad japonesa de Kokura tienen un pequeño cúmulo de nubes entre sus más adorados símbolos. Para entender esto, tendriamos que regresar en el tiempo a la temporada en la que el mundo presencio por primera vez el pdoer destructivo del ser humano. Obviamente, me refiero a 1945.

Las reacciones de los participantes del primer bombardeo nuclear de la historia fueron muy variadas. Dragut me facilitó algunas citas de ciertos personajes "celebres"

- “Tibbets ordenó que pintaran el nombre de su madre, Enola Gay, sobre el fuselaje. Irrumpí en el despacho de Tibbets y le pregunté a qué demonios jugaba. Era mi avión y debería ser yo quien escogiera el nombre. Tibbets parecía avergonzado»
(De las memorias de Robert Lewis, copiloto del Enola Gay, dirigiéndose al piloto del avión, Paul Tibbets


- ” «un punto de luz purpúrea se expande hasta convertirse en una enorme y cegadora bola de fuego. La temperatura del núcleo es de 50 millones de grados. A bordo del avión, nadie dice nada. Casi podía saborear el fulgor de la explosión, tenía el sabor del plomo». «La cabina de vuelo se iluminó con una extraña luz. Era como asomarse al infierno. A continuación llegó la onda de choque, una masa de aire tan comprimida que parecía sólido». «Cuando la onda de choque alcanzó el avión, Tibbets y yo nos aferramos a los mandos. El hongo alcanza una milla de altura y su base es un caldero burbujeante, un hervidero de llamas. La ciudad debe de estar debajo de eso. Dios mío, ¿Qué hemos hecho?»
(Cuaderno de vuelo del Enola Gay. Años más tarde, Lewis confesaría en sus memorias que jamás pronunció la conocida frase “Dios mío, ¿Qué hemos hecho?” sino que lo que en realidad dijo fue “¡Wau! ¡Menudo pepinazo!” pero fue obligado por Tibbets a borrar esa última frase y a cambiarla por la otra cuando tomaron tierra)


“Tenemos el monopolio de este tipo de armas de destrucción masiva, y no nos tiembla la mano para usarlo contra la población civil“
(Harry S. Truman, Presidente de los Estados Unidos de América que dio la orden de atacar Hiroshima)
«Si la energía de un millar de soles / Brillase al unísono en el cielo / Sería como el esplendor de la Creación / Me he convertido en la Muerte / El destructor de mundos».
Pasaje del Bhagavad Gita que dejó escrito, junto a su dimisión, Robert J. Oppenheimer, hasta entonces director científico del programa nuclear norteamericano, cuando abandonó su cargo dos meses después del ataque a Hiroshima, para convertirse en uno de los más feroces opositores al uso bélico de la energía atómica.

Tres días más tarde de la matanza de Hiroshima, otro bombardero B-29 sobrevuela Japón; esta vez van a probar con plutonio, en vez de con uranio y en una carga superior. La ciudad elegida: Kokura. Pero la población candidata al extermino aparece cubierta por un techo de nubes y tras dar varias vueltas, ante la falta de combustible, el avión pone rumbo a otra ciudad: Nagasaki.

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